April 15th, 2022
by Ixander Berrios
by Ixander Berrios
Por José Morales
¿Cómo podremos dimensionar la necesidad de que el amor de Dios actuase a nuestro favor?
Una imagen puede ser la sed de Jesús en la cruz.
Podemos adjudicar la causa de la sed al tiempo que llevaba sin ingerir alimento o agua, el esfuerzo físico que realizó o los maltratos físicos a los que fue sometido. Cada uno de estos factores llevan a la horrorosa deshidratación por la que Jesús grita desde la cruz la siguiente frase: “Tengo sed”.
Esta deshidratación seguramente involucró la presencia de fiebre, hinchazón, irregularidad cardiaca y síntomas similares. Si pensamos en las implicaciones de que Jesús se muestre totalmente vulnerable a momentos de su muerte, estaríamos asombrados de la actitud asumida por alguien que dispone de todo el poder requerido para salir de esa condición tan deprimente. Damos un recorrido por el Nuevo Testamento y veremos al hombre que está muriendo en la cruz haciendo un sin número de actos milagrosos. Estos van desde sanar enfermedades, resucitar muertos, multiplicar panes y peces y convertir agua en vino. Precisamente, esto último es algo que sería conveniente para la experiencia que estaba viviendo. Jesús dispone de una autoridad a la que no se le puede hacer frente, incluso hubiese decidido bajar de la cruz podía hacerlo y sería irrefutable. Si podía bajarse de la cruz, también podía saciar su sed y eliminándola, hacer de los últimos momentos de Su vida un poco menos desagradables. Sin embargo, no fue así, Jesús quería vivir en Su carne toda la violencia de la cruz. Jesús si bien es hombre, también es divino. Dios está en la persona del Hijo reconciliando al mundo consigo mismo por medio de un doloroso sacrificio.
En la cruz Jesús vive en su cuerpo la miserable condición espiritual en la que todos estaríamos sin Su perdón. En la cruz Jesús vive la desesperación que experimentan nuestras almas sedientas de paz. Necesitamos Su amor tanto como Jesús necesitó algo para tomar en la cruz.
La respuesta a la sed de Jesús es vinagre.
La respuesta a nuestra necesidad es Su amor. Después de todo, estaremos inquietos hasta que tengamos un encuentro con Él. Agustín de Hipona lo dice mejor…
¿Cómo podremos dimensionar la necesidad de que el amor de Dios actuase a nuestro favor?
Una imagen puede ser la sed de Jesús en la cruz.
Podemos adjudicar la causa de la sed al tiempo que llevaba sin ingerir alimento o agua, el esfuerzo físico que realizó o los maltratos físicos a los que fue sometido. Cada uno de estos factores llevan a la horrorosa deshidratación por la que Jesús grita desde la cruz la siguiente frase: “Tengo sed”.
Esta deshidratación seguramente involucró la presencia de fiebre, hinchazón, irregularidad cardiaca y síntomas similares. Si pensamos en las implicaciones de que Jesús se muestre totalmente vulnerable a momentos de su muerte, estaríamos asombrados de la actitud asumida por alguien que dispone de todo el poder requerido para salir de esa condición tan deprimente. Damos un recorrido por el Nuevo Testamento y veremos al hombre que está muriendo en la cruz haciendo un sin número de actos milagrosos. Estos van desde sanar enfermedades, resucitar muertos, multiplicar panes y peces y convertir agua en vino. Precisamente, esto último es algo que sería conveniente para la experiencia que estaba viviendo. Jesús dispone de una autoridad a la que no se le puede hacer frente, incluso hubiese decidido bajar de la cruz podía hacerlo y sería irrefutable. Si podía bajarse de la cruz, también podía saciar su sed y eliminándola, hacer de los últimos momentos de Su vida un poco menos desagradables. Sin embargo, no fue así, Jesús quería vivir en Su carne toda la violencia de la cruz. Jesús si bien es hombre, también es divino. Dios está en la persona del Hijo reconciliando al mundo consigo mismo por medio de un doloroso sacrificio.
En la cruz Jesús vive en su cuerpo la miserable condición espiritual en la que todos estaríamos sin Su perdón. En la cruz Jesús vive la desesperación que experimentan nuestras almas sedientas de paz. Necesitamos Su amor tanto como Jesús necesitó algo para tomar en la cruz.
La respuesta a la sed de Jesús es vinagre.
La respuesta a nuestra necesidad es Su amor. Después de todo, estaremos inquietos hasta que tengamos un encuentro con Él. Agustín de Hipona lo dice mejor…
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